La tendencia a reducir a los pobres a un conjunto de clichés o paradigmas nos acompaña desde que existe la pobreza; tanto en la teoría social como en la literatura, los pobres aparecen reflejados, alternativamente, como resentidos, perezosos, emprendedores o ladronzuelos, enfadados o pasivos, desamparados o autosuficientes o simplemente como algo natural que siempre debe de existir. Esto es exactamente lo que muchos creen que, en algunos países, por razones geográficas o por mala suerte, sí están atrapados en ella: son pobres porque son pobres. No nos sorprende que las posiciones políticas que corresponden a estas visiones de los pobres tiendan también a quedar atrapadas en fórmulas simples: Mercado libre para favorecer a los pobres; hagamos que los derechos humanos adquieran importancia; Lo primero es resolver el conflicto; Hay que dar más dinero a los más pobres; La ayuda exterior acaba con el desarrollo, y así sucesivamente. Todas estas ideas tienen una parte de verdad, pero es raro que quepan en ellas la mujer o el hombre pobre representativos, con su esperanza y sus dudas, con sus aspiraciones y sus limitaciones, con sus creencias y su desconcierto. Si los pobres aparecen de algún modo, suelen ser como los personajes de alguna anécdota edificante o de algún episodio trágico, como alguien a quien admirar o por quien sentir pena, pero no como una fuente de conocimiento ni como personas a quienes se deba consultar lo que piensan, lo que desean o lo que hacen o simplemente darles una verdadera oportunidad para alcanzar riquezas.
La economía de la pobreza se confunde demasiado a menudo con una economía pobre; dado que los pobres poseen tan poco, se asume que no hay nada de interés en su vida económica. Desafortunadamente, esta equivocación debilita la lucha contra la pobreza global: Los problemas sencillos provocan soluciones sencillas. El campo de la política contra la pobreza está repleto de los desechos de milagros instantáneos que acabaron siendo poco milagrosos. Para avanzar debemos dejar atrás el hábito de reducir a los pobres a personajes de la biblia o de tiras cómicas y dedicar un tiempo a entender de verdad sus vidas, en toda su complejidad y riquezas culturales. Tienen el potencial para hacerse ricos, pero necesitan soltarse del lugar en que están atascados donde los más pobres, que están en la zona de la trampa de la pobreza, ni siquiera advierten que sus ingresos en el futuro serán inferiores a los de hoy. Esto significa que las personas de esta zona se irán haciendo cada vez más pobres a lo largo del tiempo y encaminarse hacia la prosperidad será algo muy difícil por no decir imposible.
El principal problema al enfrentarse a la pobreza radica en que hasta ahora no se ha considerado a los propios pobres como una fuente de información válida y efectiva a la hora de definir los problemas y las soluciones en la desigualdad global tal cual como nunca se entendieron a los aborígenes en su sabiduría.
La pobreza no es sólo la falta de dinero, es también la incapacidad para desarrollar el potencial de una persona como ser humano. Repensar la pobreza supone un revolucionario giro en el modo de abordar la lucha global contra la pobreza.
Los pobres viven inmersos en el riesgo. Éste no se limita a los ingresos o a la comida sino sobre todo a la salud, sin olvidar la violencia política, la delincuencia, la corrupción y la vida misma como seres humanos que existen y respiran.
Y, además, deben lidiar con el inevitable escepticismo en relación a las supuestas oportunidades que se les brinda y a la posibilidad de que haya cambios radicales en sus vidas.
Comprender cómo funciona de verdad la economía de los pobres, cuáles son sus motivaciones y aspiraciones y romper con los clichés y paradigmas en los que caen algunos proyectos de ONG, gobiernos y empresas privadas. Deben acercarse al problema, romper la barrera de la distancia entre el que ayuda y el que es ayudado.
Es demasiado difícil estar motivado cuando todo lo que deseas está lejos, a una distancia imposible de recorrer. Puede que lo único que necesiten los pobres para ponerse a correr hacia la portería sea mover los postes, acercarlos un poco.
El microcrédito y otras formas de ayuda a las microempresas todavía tienen que desempeñar un papel importante en la vida de los pobres, porque en un futuro próximo estos pequeños negocios continuarán siendo la única vía de supervivencia para muchos de ellos. Pero es fácil caer en el engaño si se cree que pueden preparar el terreno para una salida masiva de la pobreza.
Muchos observadores destacan el extraordinario espíritu de innovación y emprendimiento que muestran a menudo los pobres. Las verdaderas cifras de los que tienen negocios son extraordinarias. Además, incluso pagando tipos de interés muy altos, como se ha visto, son capaces de devolver sus préstamos. Esto implica que la tasa de rentabilidad del dinero invertido en sus negocios es extraordinariamente elevada. Sin embargo, en la mayoría de las empresas no tienen empleados. La realidad es que emprender es demasiado difícil. Los pobres no pueden pedir dinero prestado para superar la joroba, y tardarían demasiado tiempo en ahorrar para poder hacerlo, salvo que sus empresas tuvieran una rentabilidad total sumamente elevada. De esta manera, los autores ponen en duda la idea de que el individuo medio que posee un pequeño negocio sea un «emprendedor natural» en el sentido que se suele dar a este término, es decir, alguien cuyo negocio tiene potencial de crecimiento, que tiene capacidad de asumir riesgos, de trabajar duro y de seguir luchando incluso cuando se multiplican las dificultades. Tales como que no exista un DHL, FedEx, Amazon, cajeros, internet, etc.
¿Existen realmente mil millones de emprendedores espontáneos, como dicen los líderes de las IMF y los gurús de los negocios socialmente responsables? ¿O es solo una ilusión que surge de la confusión de lo que llamamos «emprendedor»? Hay más de mil millones de personas que gestionan su propia explotación agrícola o su negocio, pero casi todos lo hacen porque no tienen alternativas. La mayoría se las arreglan para sobrevivir, pero carecen del talento, la preparación o las ganas de asumir los riesgos que requeriría convertir estas pequeñas empresas en sociedades verdaderamente exitosas.
No quiere decir que no haya auténticos emprendedores entre las personas pobres, pero hay otros muchos que gestionan una empresa condenada a seguir siendo pequeña y no rentable. Y es que crear una pequeña empresa muchas veces es la última opción ante la ausencia de un empleo estable.
Las empresas a menudo se parecen más a una forma de comprar un empleo, ante la falta de oportunidades para conseguir otros más convencionales.
La baja rentabilidad de las empresas gestionadas por personas pobres también permite explicar la razón de que el microcrédito no conduzca a una transformación radical de las vidas de sus clientes. Que los negocios de los pobres sean, en general, pocos o nada rentables explicaría por qué darles un préstamo para crear un negocio nuevo no implica una mejora drástica de su bienestar. Esta es la paradoja de los pobres y de sus empresas: tienen energía y dinamismo y consiguen sacar partido de muy poca cosa. Pero la mayor parte de esa energía se dedica a negocios demasiado pequeños y que no se diferencian en nada de los que hay a su alrededor. Muchos creen que una de las causas de que no crezcan las empresas de los pobres remite a la naturaleza de los negocios que tienen.
La incompetencia gubernamental es una de las críticas más antiguas por parte de algunos de los escépticos de la ayuda al desarrollo, que sostienen que la ayuda exterior y otros intentos de influir en la política social por personas de fuera probablemente empeoren las cosas en los países pobres en lugar de mejorarlas.
El verdadero problema del desarrollo no es cómo pensar en buenas políticas, sino cómo arreglar su proceso. Si éste funciona, al final acabarán apareciendo políticas óptimas.
La corrupción es una trampa de la pobreza. La pobreza la promueve y entre ellas se retroalimentan. Superar la trampa centrando la atención en conseguir que la gente de los países en desarrollo sea menos pobre.
Como vemos, hay quiénes considera óptimo intervenir en algunos casos, hasta militarmente y quien creen que es mejor dejar que se desarrollen libremente, sin imposiciones, para evitar fracasos como el intento de democratización en muchos países latinoamericanos y del caribe.
El énfasis en las grandes Instituciones, como condición necesaria y suficiente para que ocurra cualquier cosa buena, está fuera de lugar. Las restricciones políticas son reales y dificultan que puedan encontrarse grandes soluciones para los grandes problemas. Pero, al margen, hay una capacidad considerable de mejora de las instituciones y de las políticas. La comprensión cuidadosa de los motivos y de las restricciones de cada uno (los académicos, los pobres, los funcionarios, los contribuyentes, los políticos electos, etcétera) pueden conducir a políticas e instituciones mejor diseñadas y menos proclives a sufrir las consecuencias de la corrupción o de la negligencia.
Muchos académicos y expertos occidentales son tremendamente pesimistas sobre las instituciones políticas del mundo en desarrollo. Este punto de vista sostiene que las malas instituciones políticas son responsables, en gran medida, de mantener en la pobreza a los países pobres. Salir de esa situación es difícil y algunos creen que esta es razón suficiente para tirar la toalla. Otros quieren imponer el cambio institucional desde fuera y hacer que la gente sea más rica y tenga un mayor nivel educativo puede generar un círculo virtuoso del que surjan buenas instituciones.
Estos cambios serán graduales, pero se sostendrán y crecerán sobre sí mismos. Es posible hacer del mundo un lugar mejor para vivir (aunque probablemente no sea mañana, sí lo será en un futuro que está a nuestro alcance), pero para ello no basta con reflexionar o especular pseudointelectual o popularmente. Cada país Latino Americano y del Caribe debe tomarse el tiempo de definir como quieren mostrarse en términos de identidad y comercialmente en un mundo globalizado y encontrar los elementos necesarios para establecerse en una economía global con los productos culturales, turísticos y agroindustriales que les pertenecen y que por años han sido explotados por otros. Y con esas identidades crear una educación nacional estructurada para sus propias necesidades y poder encontrar modelos económicos sostenidos y sostenibles en el tiempo. Teniendo en cuenta, que el crecimiento sostenible y sostenido pueden ser caras de la misma moneda. Después de todo, crecimiento sostenido contribuye a lo sostenible porque, al buscar la visión de desarrollo a largo plazo, el uso más equilibrado y correcto de los recursos culturales, económicos y naturales. Ejemplos de países ricos que buscan políticas con esas características hay muchos. Este modelo de políticas ha motivado a varios países asiáticos más recientemente, ayudándose a generar las condiciones para romper con la pobreza y convertirse en economías prósperas. Esperamos convencer al lector de que nuestro enfoque, paciente y basado en el avance paso a paso, no solamente es una vía útil para luchar contra la pobreza, sino también un camino para hacer del mundo un lugar más interesante.